Preocupados por los apariencias legales y por su situación de pareja, los padres suelen relegar a un segundo plano las repercusiones emocionales que produce la separación de los hijos. Niños y adolescentes, que han sido testigos de peleas y conflictos, se encuentran repentinamente con la determinación de los adultos. Y, casi siempre, sin demasiadas explicaciones a cambio. Las secuelas que puede abandonar un proceso de divorcio son complicados de generalizar. Cada niño es un mundo, pero generalmente de tres a cinco años, los pequeños tienen miedo a ser abandonados por sus padres, se vuelven más caprichosos, se dejan llevar por rabietas, se hacen pis, empiezan a dormir mal; se seis a doce años, su carácter es más retraído, agresivo, pueden tener dificultades escolares, añoran al padre con el que no conviven y fantasean con que su familia vuelve a estar unida. En la adolescencia, lo más usual es que adopten un papel de adulto que no les corresponde o que tomen cortado y rechacen a uno de sus progenitores. El niño que antes era sociable, se vuelve huraño; el que llevaba un buen rendimiento escolar, repentinamente sufre un bajón
Es en estos momentos cuando hay que sospechar que vuestro hijo puede estar atravesando un cuadro depresivo. En los casos más conflictivos, la separación puede conducir al chaval a una gravisimo pérdida de autoestima y hacerle confrontar la vida adulta con una precariedad de ánimo y temor ha hacerse mayor, lo que se designa el síndrome de Peter Pan. Psicólogos y psiquiatras coinciden en que la mejor manera de eludir estas situaciones es comunicarse abiertamente con los hijos. Aunque sean pequeños, hay que contarles lo que va a pasar y tranquilizarles sobre su futuro. Y sobre todo, dejarles muy diáfano que la separación de la pareja no implica la separación como padres.
martes, 18 de marzo de 2014
Mucho humor, Efectos del divorcio en la sociedad
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