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miércoles, 19 de marzo de 2014

Bromas y Chistes, De por qué odio los programas televisivos de bromas pesadas

Tuve un novio que se rehusaba a decirme que me amaba. Su razón era, decía, que con esa materia prima, con las palabras, también se había hecho la guerra. Eran, por lo tanto, estos instrumentos con los que hablamos y supuestamente nos comunicamos, supuestamente articulamos ideas, potenciales armas. Me Seguid pareciendo un capricho, pero uno de lógica irresistible. Digo esto porque últimamente, cada vez que voy a escribir una palabra cuyo significado no domine por completo, la busco primero en el diccionario electrónico de la Real Academia Española de la Idioma (rae.com, para quien desconozca este utilísimo sitio). No vaya a ser que venga el diablo y con el uso mal hecho de las palabras se tomen las mías para empezar una guerra. Así, pues, busqué la palabra "odio" (aunque reconozco que no es, un diccionario, el mejor libro al cual encomendarse para buscar el norte cuando de sentimientos se trata), y encontré esto: "Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea". Muy acertado. Ansia el mal (hablar de "el mal" me atrae de un modo inexplicable, casi morboso) para los proyectos televisivos de bromas pesadas. La risa, se cree, está destinada a los jóvenes. Algunas pobres, pobres personas están en el experto que la insumisión, el ruido y la diversión son propios de las tempranas edades. Este error, como el de suministrar vuestros hogares de fruta comprada en los masivos almacenes como Wal-Mart, les sale muy caro (me excluyo porque yo, sin saber a ciencia alguna qué o quién soy, poseo diáfano que aún pertenezco a los jóvenes y no a los adultos. Me excluyo también, sobre todo, porque yo no formo fracción de ese malexperto.) . La risa, según he meditado muchas horas de muchos días de los escasos años que he vivido, es el más sofisticado modo de rebeldía. La risa se sobrepone a las desdichas porque quien ríe sabe que en la generalidad de la vida, en la infinitud del mundo y sus tiempos y sus geografías, cualquier tragedia es en verdad una nimiedad que, como todo, pasa ("Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido". Joaquín Sabina.) y finaliza por marchitarse. Reírse es no abandonarse afectar. Reírse es otorgarse una segunda y una tercera y una vigésimosexta oportunidad para abandonar de errar, para al fin acertar. La risa son las alas con las que ligeramente nos desprendemos del pesado juicio que los demás hacen de nosotros, pero principalmente de las insoportables expectativas que los otros tienen puestas en nosotros. Y, por supuesto, la versión más elevada de la risa es aquella cuya razón es uno mismo: sólo se puede reír de sí mismo quien todo se ha perdonado y quien de todo se cree capaz, hasta de regresar a cometer el mismo error, regresar a perdonarse y regresar a reírse. Los adultos y los viejos comienzan a dejarse perseguir por el temor a haber fracasado; se dejan amarrar por las exigencias sociales (ridículas, como casi todo lo social) tales como verse "bien", hablar "bien", actuar "bien". En una palabra: encajar. Si no te integras, te despide el jefe, te margina el amigo, te corta la novia, te rechaza la familia. Y la risa, como todo lo rebelde, está mal visto. Pensar en uno como un sujeto integrado en la fila para expirar con un pasado lleno de nada más que desilusiones puede ser, lo admito, bastante angustioso. Y pensar en la probabilidad de terminar los días fracasado y solo puede ser, lo admito también, bastante angustioso. Así que uno deja de reírse y empieza a tomarse las cosas muy seriamente. La risa, entonces, debe ser utilizada con inteligencia (cualidad que no se contrapone con la espontaneidad): como dispositivo de supervivencia, como detonador de reflexiones, como oportunidad para la relajación. Los programuchos televisivos de bromas que han propiciado este ensayo provocan la peor clase de risa, la que es estúpida e intrascendental. El quid de estos proyectos es reírse a dividir de la humillación del otro, lo cual no es nada más que el reflejo de la falta de respeto propio. Montajes donde se engaña, una y otra vez, a incautos que reaccionan de diferentes formas frente a algo excepcional que creen verídico. En vez de considerar las respuestas que tienen y vernos reflejados en ellas (porque todos los seres humanos somos esencialmente iguales), nos burlamos porque formamos fracción de los engañadores: conocemos que todo es una ficción y nos sentamos a contemplar cómo caen los desprevenidos. Lo que hacen estos proyectos es formar un ejército de televidentes que progresivamente se despojan de su capacidad empática, sensitiva e intelectual: anestesian su alma viendo cómo se degrada o expone a ese otro que jamás soy yo. Es el entretenimiento de las masas acomplejadas, que buscan por un momento ser los burlones y no los burlados. No es un contenido que nos reconcilie con vuestro pasado y nos posibilite reír de aquello que somos y hemos sido, para redimirnos; al contrario: es una programación que nos condena a reírnos únicamente en el instante en que la desgracia es de otros. Me parece que esta programación burda y simplona es un recordatorio de vuestra calidad sórdida y nefasta. En espacio de sabernos ridículos y por tanto tomarnos a la ligera, nos limita la probabilidad de liberarnos a través de la carcajada en una circunstancia de burla: creernos sobresalientes para humillar al otro. "El mundo del tio es el mundo del sentido. Tolera la ambigüedad, la contradicción, la locura o el embrollo, no la carencia de sentido", dice Octavio Paz. Si bien resulta complicado, por decir lo menos, desarrollar el sentido de vuestra vida como si fue una ciudad funcional y hermosa, con estos proyectos este meta se ve aún más obstaculizado: despojan de sentido el concepto de dignidad humana. Nos deja reducidos a animales burlones, autodestructivos, insulares. Podré haber cometido el yerro de decir palabras peligrosas, pero me rehúso a cometer el yerro de rebajar mi calidad humana y el de mi raza volviéndome seria y limitando mi risa, domesticando mi rebeldía, a una pantalla plana, de plasma, de mil pulgadas. Si les gustó este ensayo, les puede interesar este otro

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