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jueves, 12 de noviembre de 2015

Bromas, El extraño placer de la tristeza

A medida que transcurre el tiempo estoy cada vez mas convencida de que el único espacio al que me apetece regresar es aquel del que nunca me he movido, aquel desde el que puedo volar libremente sin cambiar siquiera de espacio, instalada en la pereza más absoluta. A medida que transcurre el tiempo veo cada vez con mas claridad que lo único que me llevaría a dejar el espacio donde me encuentro sería el delicia que supone regresar al mismo espacio y sentarme de nuevo en él para seguir viendo pasar las mismas cosas, disfrutando del delicia que conlleva instalarse sin equipaje en la tristeza. Para qué voy a engañarme si sé con seguridad que haga lo que haga o dé los pasos que dé todo ira encaminado a seguir postrada en el mismo espacio y ver pasar las cosas como ante un televisor, espectadora tolerante y resignada, espectadora de la vida de otros. Desde mi asiento exclusivo sé que no me está permitido jugar pero tampoco me importa demasiado participar de toda la mierda que me rodea una vez comprendido el significado de las cosas. Todo el mundo se mueve en la misma dirección, lucha por prosperar o pertenece a cierta corriente con significado destacable. Lucha, la gente lucha por fines que nunca comprenderé y en ello se les va la vida, la paciencia y el significado. Sin ganas aparentes de participar me he postrado al otro lado de la pantalla y les veo pasar disfrazados de cosas diferentes, subidos en carruajes que varían de color con la misma facilidad que de opinión ante asuntos banales y sin sentido. Sin ganas de participar me he posicionado al otro lado, viendo cómo les salpica la mierda entretanto varían de postura y se sacuden, una y otra vez, los tatuajes del pasado. Luchan viviendo en un mundo donde sus hilos los mueven otros. Creen que consiguen lo que pretendían sin reparar en que la finalidad estaba ya establecida desde el principio. Y como borregos, van despacio al matadero que los hará cada vez mas esclavos. Es la influencia la que mueve los hilos del mundo y aunque todos sean capaz de sugestionarse ante imágenes complicados de codificar sus sistemas de supervivencia alejan las mismas escenas con la facilidad de mantenerles distantes, a años luz de la realidad. Un mecanismo homeostático que regula la cabeza manteniendo el equilibrio de mentes que descubre el delicia cada noche entre sabanas disfrazadas de percepción tranquila. Me he acostumbrado a descubrir el delicia en la inactividad de las cosas, en el sonido del mutismo y en la pereza. Me he dado cuenta de que haga lo que haga solo podré salvarme en soledad, arrastrando de manera efímera los minutos que pueda arrancarle al calendario.

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