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martes, 18 de agosto de 2015

Bromas, Cosas raras que hacía la gente

Por ejemplo, asustarse. No me refiero al público de las películas de terror, esos espectadores que se cubren los ojos con las manos y atisban entre los dedos, como quien no desea ver sino a los espectadores del panorama, de los cuadros vivos o de los gabinetes de figuras de cera. Stanley Kubrick, El fulgor Autores tan diversos como Henri-Frédéric Amiel, E.T.A. Hoffmann, Pío Baroja, José Ortega y Gasset y Mario Praz coinciden al señalar la inquietud que suscitan las figuras de cera, al borde de cuál sea su tema. La inmovilidad de las figuras, su palidez, su realismo, logran desasosegar a quien las contempla. ?Cuando vemos una figura de cera -escribe Amiel-, sentimos una especie de espanto; esa vida que no se mueve nos da una impresión de muerte, y nos dice: ?He aquí un fantasma??. Luigi Dardani, Francesco Zambeccari , Museo Fortuny, Bolonia, 1750 c. ¿También asustan los cuadros vivos? Según Goethe, sí. Sobre uno de los cuadros vivos representados en la novela Las afinidades electivas escribe lo próximo ?Las figuras eran tan apropiadas, los colores estaban distribuidos con tal fortuna, la iluminación era tan artística, que realmente parecía aquello otro mundo; salvo que la presencia de lo real, en espacio de la apariencia, producía una especie de sensación de miedo?. Oscar Gustav Rejlander, Los dos senderos de la vida Tal vez no esté de más recordar la inquietud que provocó la Pequeña bailarina de catorce años de Edgar Degas. La escultura, modelada en bronce, estaba recubierta por una capa de cera, para conferirle una aspecto más realista. ? Edgar Degas, Pequeña bailarina de catorce años , Tate Liverpool, 1879?1881 span lang="ES-TRAD" span lang="ES-TRAD" Idénticas sensaciones de incomodidad y temor eran suscitadas por espectáculos visuales como el panorama. Ya hemos visto en previos accesos cómo esta enorme pintura envuelve al observador. Lo envuelve y absorbe hasta tal punto que, gracias a la amplitud del paisaje mostrado, a su detallada ejecución y al completo ilusionismo de lo representado, puede sumir en el ensimismamiento a quien lo contempla. Marquard Wocher, Panorama de Thun Algo más inesperado nos resulta el vértigo y mareos que sentían determinadas personas ante estas masivos pinturas inmóviles. Johann August Eberhard afirmaba, en 1807, que algunos espectadores llegaban a sentir ?un cierto miedo, que al fin se transformaba en vértigo y náusea?. Eduard Gaertner, Panorama de Berlín Eduard Gaertner, Panorama de Berlín Es curioso recordar, en lo relativo a la lectura de las panorámicas urbanas, cómo la capacidad de sugestión ejercida por los panoramas -espectáculo que, en su época, fuese enormemente popular, y tan complejo y articulado que resulta comparable con el cine- llegó a realizar creer a algunos espectadores que las personas que aparecían en las calles y parques de las ciudades representadas realmente se movían. Algo parecido se puede afirmar respecto a las vistas que ofrecía el diorama. Louis-Jacques-Mandé Daguerre, diorama en la iglesia de Bry-sur-Marne, 1842 Esta capacidad alucinatoria, producida por la fuerza de los efectos de verdad puestos en juego, se reprodujo al presentarse por primera vez ante el público el cinematógrafo. Se hablaba, en este caso, de cómo se permitía ver el enrojecimiento de una barra de hierro puesta al fuego, lo cual resulta muy significativo, si poseemos en cuenta que esta afirmación se refería a imágenes proyectadas en blanco y negro. Auguste y Louis Lumière, Los herreros Los espectadores de la estación ansiaban la verdad y, sin embargo, cuando se enfrentaban a algo demasiado real, o bien se asustaban o bien se dejaban llevar por la imaginación: la loca de la casa.

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