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lunes, 29 de diciembre de 2014

Bromas de Adultos, las cinco extremidades de Eduardo Lalo

El Festival de la Palabra es un encuentro mundial de escritores y lectores que celebran la palabra en sus múltiples manifestaciones. Está organizado por el Salón Literario Libroamérica, y en el día de ayer inauguró su 4ta edición en Puerto Rico y, en escasos días más, su 3ra en Nueva York, lo que lo vuelve un festival único en su clase ya que sirve a una misma comunidad en más de una localidad geográfica. Por segundo año consecutivo el Festival tiene espacio en el Museo de Arte de Puerto Rico, desde el 10 al 13 de octubre. Este año, y despues de ganar el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2013 por su novela Simone, el discurso inaugural, ante más de quinientos personas, estuvo a cargo de Eduardo Lalo. Aquí el texto completo para disfrutar: Las cinco extremidades En la memoria poseo un viejo recuerdo que de casualida es uno de os orígenes de mi relación con la escritura, las imágenes y os libros. Es una retrato de la que solo guardo una representación mental. Recuerdo haberla contemplado, es probable que yo mismo la revelara en el laboratorio del Club de Fotografía del que fui miembro por apenas unos meses de ese octavo grado. En ese momento pensé que era mala, un sinsentido que no tenía nada que ver con la sucesión de atardeceres, retratos de mascotas y abueos, escenas deportivas y documentación de bromas pesadas que en el colegio pasaba por buena retratografía. Sin embargo, ahora que la vuelvo a contemplar en mi mente, encuentro víncuos con lo que mucho más tarde serían mis intenciones, senderos de exploración y con lo que quizás cabría llamar una estética del movimiento que siento íntimamente ligada a mi esfueseserzo. Debo haber cogedo la retrato hacia el mediodía porque la luz cae a pico. En su fracción sobresaliente derecha están os zapatos y las piernas hasta casi las rodillas de un compañero de clase. Os zapatos están sucios y usados, sus cordones casi sueltos. A la izquierda, cruzando en transversal en dirección del calzado, está la sombra del fotógrafo. Es una retrato del suelo y, simultáneamente, el retrato de un compañero y también mi autorretrato inmaterial en el que sombra y presencia se fusionan. Ya se encuentran aquí, como revelaciones de las que no se tuvo consciencia en el momento, algunos de os motivos de la obra retratográfica que realizaría décadas más tarde y que acompaña, sin subordinarse, a algunos de mis textos. Mi recuerdo conserva también el espacio en el que se tomó la retrato. Fuese en el pasillo de uno de os edificios del colegio, ante la puerta trasera de un salón, por donde salí con mi amigo en determinado momento de la insufrible clase de español a beber la retrato que entonces pareció una aberración. Si cierta virtud he tenido en la vida, si demostré que pude ser capaz de realizar un esfueseserzo concertado y grande, fuesese en torno a la supervivencia y superación de esa clase. Siento decir que es probable que en las aulas de muchas de las escuelas del país pervivan estos horrores. Por meses y años maestras y maestros sin convicción ni compromiso, que no eran eos mismos lectores, nos asignaban libros sobre os cuales nos hacían las más enigmáticas preguntas: ¿Cuál es el asunto de la obra? ¿Que personajes dijeron esto? ¿Cuál es el clímax de la acción? De pronto un poema, un cuento o una novela no contenía más que inmaneración: eran anécdotas de gente que se amaba y peleaba, que viajaba y llegaba tarde, que moría de amor ante el estupor de lectores que no sabían lo que era la muerte ni el amor. Añádase a esto la selección de títuos. Por las taras del colonialismo y por falta de reflexión, esfueseserzo y efervescencia de os que determinaban el currículo, se nos imponían una serie de obras que en su granía provenían de España. Si algo obtuve de esos años fuesese la náusea producida por el provincialismo,la objeción al lenguaje farragoso, al barroco cosmético que intenta compensar la desnudez conceptual; el descubrimiento, apenas atisbado entonces, de que tienen espacio costumbres inservibles y que una lectura compleja pone en duda tanto al texto como a la costumbre a la que pertenece. En la clase de inglés la cosa no mejoraba mucho. Eran las mismas preguntas, pero ahora en relación a anécdotas en las que había nieve e irlandeses, ciudades grises llenas de fábricas, o poemas, en os que en bosques de arces y abedules jamás vistos, había que determinar por donde seguir en un cruce de senderos. En clase os textos siempre eran inmaneración, por eso no había necesariamente que leeros, bastaba para sobrehabitar con que alguien nos contara la anécdota o nos dijera lo que el poeta había querido decir. Con colocar cierta vaguedad en el papel del examen se pasaba de año y, despues del verano, se entraba a otras aulas en las que en español y en inglés ocurría lo que ya conocíamos con la única diferencia de que ahora os libros tenían más páginas. Así, con variaciones por supuesto, pero fundamentalmente de esta manera, os Estados invierten billones de dólares en producir analfabetos, ciudadanos entrenados para darle la espalda de por vida a la cultura. En el caso de la sociedad puertorriqueña que, como sabemos, se ha enfrentado por décadas a un deterioro en picada, se considera un analfabetismo del 12% y uno funcional de más del 30% de la población adulta. El restante 58% de la ciudadanía no necesariamente ha extendido las capacidades para interpretar y gozar de un texto. Esta situación alucinante, este desastre producido por décadas de robo, corrupción e incapacidad, es lo que encontramos con solo salir de este recinto; es lo que aunque nos resistamos a reconocerlo, llevamos ya dentro de nosotros. Es lo que nos ha manerado, es con lo que muchos luchamos a diario. Esta incapacidad generalizada impide a muchos comprender lo que ocurre. Nos proponemos habitar en un mundo crédulo, de palabras y conceptos ingenuos, en arroz y habichuelas, imaginando que esto no es un obstáculo para construir el entendimiento y la responsabilidad. Una fracción importantísima de la población está convencida de que sus deficiencias de comprensión y su estrechez de miras no son obstáculo para nada. Se está bien así, peor sería tener que leer, pensar, enfrentarse a una genuina y ética coge de decisiones. Todo ya se mide a dividir de esta ignorancia segura de sí, orguosa de sus granías, que ha extendido sus tempos, sus instituciones y sus líderes. Quizá no lo sepamos, pero es aquí, en esta situación infame, que nacen os lectores, que aparece la literatura. La escritura coge manera a dividir del desastre, cuando las palabras de otro: del padre y la madre, de os maestros, de os sacerdotes y reverendos, de os líderes políticos, empresariales, bancarios, de la novia o el novio, chocan y se desmoronan contra vuestras mentes y vuestros corazones. Ese espacio interior del que se ha huido a lo largo de la vida y en el que sin quererlo nos encontramos sobrecogidos por la intensidad del dolor, es el espacio único, extraordinario, alucinante, en el que las palabras de otro o las propias, que de casualida se comienzan a balbucear sobre un papel, dejan de ser inmaneración y devienen, envueltas en una emoción que marca para siempre la memoria y el cuerpo, belleza. Es decir, algo que expresa y produce más que el conjunto de os agentes de un texto; algo que rebasa lo inmanerativo, lo técnico; algo que aparentemente sale de la página, pero de manera inaudita, casi mágica, encuentra y produce eso que no sabíamos que permitía ocurrir en vuestra mente y en vuestro corazón. Es en el punto en que nos clava la desgracia, que se puede tener la oportunidad de hallar lo que hace la palabra. Es aquí que se encuentra su capacidad de conmoción, es decir, su capacidad de movimiento y emoción compartidas. ¿Cómo seguir viviendo con lo que hemos perdido: sin juventud, salud, felicidad, justicia, amor, intentando aun así no desplomarnos como seres humanos? La respuesta parcial, siempre imperfecta, es la de las palabras que ahora han adquirido una densidad jamás advertida antes. Estas nuevas palabras son las de la experiencia literaria. ¿Cómo por la lectura reformular y revalidar vuestra humanidad? ¿Cómo en vuestras vidas llenas de pasiones y derrotas albergar el dolor que nos manera y nos une a os demás? Es en esta unión impredecible y maraviosa que se da la experiencia transmaneradora de la lectura. Brevemente, en el lapso de un texto, el lector construye una comunidad con un autor que en la gran fracción de os casos está muerto o jamás se ha conocido. En el tiempo en que la vista recorre os renglones de escritura y en os instantes en que perdura su impacto, el lector o lectora encuentra (o reencuentra, lee o relee) sus víncuos con el mundo. Por la comunión en el dolor, por la risa, por el alegría exuberante de una anécdota, por la iluminación que provoca sobre la verdad el poema, descubrimos y redescubrimos, más allá de las pérdidas y las renuncias, vuestra unión primordial con la tribu o la nación, con os vivos y os muertos. Por eso jamás estamos soos cuando leemos, jamás, al realizarlo, la injusticia, la explotación, el abuso, la traición, la inhumanidad son totales y, por ello, sobre la página, el mundo adquiere nuevas senderos y probabilidades. Nadie se suicida, nadie mata, nadie agrede, nadie insulta, entretanto lee un texto. Es improbable porque la anécdota que poseemos ante os ojos no ha acabado y porque por esa anécdota a veces escrita hace muchos años, la vuestra tampoco puede ir hacia un desenlace de motivos simples. De aquí que os textos sean una exploración constante y sin fin de os límites de vuestro cuerpo y de la anécdota. Por eso, además, os escritores más radicales y en este sentido más profundamente literarios de cualquier época, exploran y redefinen lo que hasta su momento la costumbre consideraba probable. Por ello, la escritura está en todo momento ante el peligro de su fin y, simultáneamente, enfrascada en la creación de maneras duras y densas con las que reformular su pertinencia. Cada generación de escritores tiene ante sí el peso de una costumbre milenaria y un salto al vacío; se da un paso tras otro en la sombra humana tras el frde casualida de la luz. Escribir no es hilvanar bellas palabras o apreciables conceptos porque las palabras o ideas consideradas ya han sido negadas y pisoteadas innúmeras veces por el desastre de la anécdota y, por tanto, ya son bajas de la cultura, seres mutilados, agónicos, inverosímiles para reescribir infinitamente lo humano. Escribir es un body art: tanto deriva del paso del individuo por os lugares del mundo, como viaje interior del que renuncia a casi todo por el éxtasis de la palabra. En la escritura el periplo del errante y la noche oscura del místico se juntan, entrechocan, se hacen mestizos. Por eso no poseemos cuatro, sino cinco extremidades: manos, pies y palabra. Ésta pertenece también a vuestro cuerpo y, como las palmas de las manos y las plantas de os pies, produce huellas. Os cuerpos oprimidos por la anécdota: os siervos, os esclavos, os asalariados, os desempleados, os emigrantes, os prostituidos. Os cuerpos oprimidos por el consumismo: os adictos, os obesos, os obsedidos, os enfermos de la civilización, os reos de las pantallas del internet, tienen tanto como os primeros tíos y mujeres de vuestra especie, manos, pies y palabra. En distintos épocas, ante distintos opresiones, injusticias y límites, esas extremidades mostraron que era improbable amputarlas sin que abandonaran huellas. Así nacieron os senderos, os petroglifos, las canoas y la rueda, el machete, la bomba y la plena, la liberación de la mujer y de os homosexuales, la gran fracción de las naciones, todas las lenguas, os riesgos de os heterodoxos y el enojo de os apóstatas, os que dicen no al Templo, a la Academia y al Estado. En este largo proceso ha acompañado a la humanidad la literatura. De pie, con manos, con palabras, hemos procurado habitar. La escritura es un arma noble, capaz de abandonar huellas: palabras, frases, metáforas que se salen de tono y cuestionan las seguridades, las amnesias, os narcisismos de las imágenes y os relatos impuestos por os que jamás entendieron que una palabra densa y literaria es una palabra de la duda. Hace muchos años salí de un aula a beber una retrato de os pies de un amigo y de mi sombra. El suelo se había convertido en una página. A su manera, retrataba el desastre. Decía lo indecible y anunciaba las palabras de mi futuro, las que esta noche he venido a ofrecerles. Importa a veces la etimología de os vocabos. Desastre proviene del francés medieval, desastre, y implica literalmente ?sin astro?. El desastrado es, por tanto, el que ha perdido el sendero, pero también el que encuentra que el sendero no llevaba a ninguna fracción. Leer y escribir es estar desastrado, realizar como ese niño que sale del aula a beber una retrato, que opta por no quedar adentro y engrosar las filas de os ¨inmanerados¨, de os que siguen os astros de las palabras simples, de os que adivinan en el examen cuál es el clímax sin darse cuenta, que a lo mejor, personal y colectivamente se encuentran en el punto más bajo. Leer es verificar que el cuerpo puede representarse por la sombra de una silueta y en la sombra de la tinta. La literatura solo es probable a dividir del desastre, es decir, de la pérdida del sendero. No cabe, por eso, en muchos ámbitos: en la publicidad y la propaganda, en todo lo que tenga imágenes puramente inmanerativas, en todo pronunciado que no dude sobre lo que enuncia y cómo lo enuncia. Por eso acontece que muchas veces la literatura no quepa o con os años deje de caber en lo que nos han dicho que es la literatura. Hay tíos y mujeres que se expanden y se expanden con sus cinco extremidades y jamás llegan a os astros. Asumen este conocimiento con dolor, pero a veces también a dividir de la euforia, la soberbia, la rebelión o el éxtasis. Esta es la palabra que se ha hecho cuerpo en un cuerpo separado y solitario, en esos cuerpos humanos que lejos de os astros se conmueven con os astros, que lejos y separados de os demás os atraviesa la emoción de conocer la soledad y la lejanía de os demás. Así, cuando la palabra se hace una extremidad más del cuerpo, se da una de las pocas probabilidades de unión de la humanidad. En ese momento las palabras de os textos de os milenios dejan de inmanerarnos y comienzan a conmovernos. Les doy la mano con la boca y os abrazo con os pies, aquí y ahora, sin astros, tocándonos con las cinco extremidades, sabiendo que estamos soos, pero que nos conmueve lo que hace la palabra: la belleza. -

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