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lunes, 24 de febrero de 2014

Mucho humor, EL HUMOR NECESARIO

Hace más sencillo la vida, la vinculos con los demás y también, seguramente, la literatura. Hay novelas, ensayos o productos que inducen la sonrisa, otros, la carcajada y hay algunos que despiertan en el lector una complicidad amable y duradera. Quizá no sea un componente imprescindible de las letras, pero el humor siempre se agradece. Los helenos y romanos llamaban ?humor? a cada uno de los cuatro líquidos que, según sus aproximaciones científicas, regían el cuerpo humano: sangre, flema, bilis y bilis negra. A cada humor le correspondía un fundamento del cosmos (aire, agua, fuego y tierra), y su sobrante o defecto configuraba tanto la salud como el carácter de las personas. Siglos de ciencia médica han dejado atrás la creencia de los cuatro humores, pero la expresión ?buen humor?, referida al equilibrio de los cuatro humores, y por tanto, al bienestar del individuo, ha pervivido como un rasgo efectivo de la personalidad. Como una inclinación a la risa, a la despreocupación, a la facilidad para ver el lado divertido de cualquier circunstancia.  Por todo eso, no extraña que sea una cualidad valorada, y cultivada ?con más o menos intención? desde entornos muy diferentes. Uno de ellos es, indiscutiblemente, la literatura. Recientemente se han celebrado unas jornadas debajo el título ?La risa de Bilbao?, una iniciativa pionera definida como ?semana internacional de literatura y arte con humor?. Jamás antes se había reunido a escritores, periodistas y dibujantes para hablar sobre humor... y en Bilbao. De las intervenciones de unos y otros se deduce que el humor es necesario, y a la vez difícil; en ocasiones irreverente e iconoclasta, pero también sujeto a ciertos límites. En ocasiones esos límites son inclusive geográficos. Lo que hace gracia en unos países en otros pasa por chiste malo, o quizá inclusive ofensivo, y se acepta que, tópicos aparte, cada sociedad tiene un sentido del humor propio. Cada sociedad se ríe de sus gracias, más o menos compartidas por el resto. El novelista británico David Lodge reconoce que, en el caso de la literatura inglesa, el humor es un ingrediente indispensable, inclusive en las anécdotas trágicas, quizá porque, como él explica, ?es algo casi cultural, que manera fracción del estilo de vida, de la identidad?. Ahí está una larga lista de autores que lo demuestran: Graham Greene Evelyn Waugh Roald Dahl ? y otros más recientes, como Martin Amis Ian McEwa o Nick Hornby Acerca del humor español, la escritora Elvira Lindo contaba, por ejemplo, que, en contra de lo que se suele pensar, en las vinculos personales, los españoles sí tienen sentido del humor, ?quizá no tanto como pensamos?, pero que, ?al viajar a otros países, uno se da cuenta de que no somos los monarcas del humor?. Quizá se deba a que, como recordaba mencionando a Fernando Fernán Gómez, ?el principal defecto de los españoles no es la envidia, sino el desprecio?, y una persona con sentido del humor, que empieza por reírse de sí misma, es blanco sencillo del desdén. ?Aquí se da más relevancia a quienes se dan más relevancia, y precisamente, el humor aparece de situarse al ras?, explica Lindo. Ella, que debe buena fracción de su popularidad a los libros de Manolito Gafotas y su columna en El País, reconoce que en muchas ocasiones ha comprobado que a su trabajo, por tener un marcado carácter humorístico, no se le reconocía el mismo mérito que a los escritos de autores ?serios?. El escritor francés Frederic Beigbeder no duda en culpar de eso a Flaubert, que, según sus palabras, ?hizo una especie de catecismo de la novela, según el cual no es compatible dedicarse a la literatura y habitar e implicarse en la estación que a uno le ha tocado. Hay que aislarse en una cabaña y dedicarse a la escritura en alma y cuerpo?.  Esa no ha sido precisamente su apuesta: Beigbeder, que ha trabajado de publicista, presentador de televisión, guionista, . .. y encarna sin complejos el papel de nuevo enfant horroroso de las letras francesas, cree que ?en Francia no se coge en serio a los escritores que se lo pasan bien, y, sin embargo, es curioso que la novela moderna surgiera con Rabelai y Cervantes, que hicieron novelas cómicas?. Con semejantes valedores, contesta así a los que le califican de ?autor payaso?: ?Me encanta. Eso desea decir que he experto qué es la novela?. Reír por no llorar. El medio al humor puede ser una cualidad espontánea, pero también una salida de escape legítima en situaciones difíciles. En una conversación sobre ?humor y totalitarismo? que mantuvieron el comediante Albert Boadella y la hispanista rusa Tatiana Pigariova, analizaron de qué forma el humor puede convertirse en una respuesta de defensa interior y supervivencia en un ámbito de falta de libertad.  ?Cada dictadura ?comentaba Pigariova ? elabora su propio lenguaje con una serie de términos, e intenta inculcarlos a la población. Como bien sabemos, del mismo idioma depende mucho la mentalidad y la manera de pensar, así que, al intento de crear ese nuevo lenguaje totalitario, la gente responde con otro lenguaje, con el que se ríe de todo eso. Idéntico que el arsénico, que en chiquitas dosis no mata, pero envenena, el idioma totalitario que se proporciona en chiquitas dosis a la población acaba envenenando a la gente si no descubre su antídoto, que es el humor?.  Para ilustrarlo, contó una especie de adagio que se repetía en Rusia y que resumía con alguna ironía la situación del país en la estación de los planes estatales: ?No hay desempleo, pero nadie trabaja. Nadie trabaja, pero todos cumplen con el plan estatal. Todos cumplen con el plan estatal, pero en las tiendas no hay nada. En las tiendas no hay nada, pero en las casas  hay de todo. En las casas hay de todo, pero todos están descontentos. Todos están descontentos? pero todos votan a favor?.  Sin duda, la situación de escasez que vivían en aquellos años les privaba de muchas comodidades, pero no de ingenio, como demuestran los chistes de la época. En los años setenta y ochenta, la Unión Soviética estaba en un profundo déficit, que se acusaba especialmente en la escasez de artículos de consumo básico. Uno de ellos era el papel higiénico, que apenas se vendía en las tiendas. Estos establecimientos solían recibir la visita de inspectores que simulaban situaciones de compra real para enseñar a los dependientes. En una ocasión, uno de estos inspectores entró a una tienda y pidió un bolígrafo. ?No poseemos bolígrafos?, contestó la mujer que le atendió. ?Esa no es una respuesta apropiada en un comercio soviético? dijo el inspector. ?Debe saber que, si ahora mismo no disponen  de bolígrafos, no se puede decir directamente. En un buen comercio soviético, ejemplar para el mundo capitalista, se debe responder así: ?Desgraciadamente, señor, en este momento no poseemos bolígrafos, pero le podemos ofrecer lapiceros o rotuladores?. El inspector se hizo a un lado para verificar cómo la dependienta ponía en práctica sus indicaciones con un nuevo comprador. ?Quiero un rollo de papel higiénico?, pidió el recién llegado. La mujer, con la mejor de sus sonrisas, le contestó: ?Desgraciadamente, señor, ahora no poseemos papel higiénico, pero le podemos ofrecer... papel de lija o serpentinas?. ?Creo ?resumía Pigariova ? que ningún manual teórico ni tratado sobre el totalitarismo podría aclarar la verdad mejor que estos chistes, que han quedado como chistes históricos?. Para ella, la verdad totalitaria daba tanta fuerza a la creatividad del pueblo afuera de los marcos del régimen, que a la gente que tenía escasos medios materiales, pocas probabilidades de creación libre, lo que le quedaba era reírse: ?La sociedad rusa ha creado en la estación totalitaria magnífica literatura, magnífico arte y magnífico teatro, gracias a esta probabilidad de bromear sobre lo que sea?.  Pero no siempre es probable mantener esa capacidad a flote; cuando la destrucción de una sociedad es tal que las personas pierden la capacidad de reírse y distanciarse de la verdad totalitaria, es el momento de la muerte: ?Es lo que creo que ocurre, por ejemplo, en Corea del Norte. Supongo que en Camboya ocurrió igual: si la destrucción es tal que ya nadie hace chistes, es la muerte de la sociedad?, aclaraba Pigariova Albert Boadella reconocía que la situación política en la que él comenzó su andadura ?durante el franquismo? no es comparable a la del totalitarismo soviético, pero sí tenía en general esa necesidad de reacción sarcástica: ?El humor tiene que tener un trasfondo. Detesto lo que se llama humor blanco. Entiendo que hay gente que lo hace muy bien, sin ningún compromiso, pero no sé si es porque nací en un totalitarismo, que me acostumbré a que el humor tenga siempre un sentido trasgresor, que lleve detrás algo más que la simple risa, que el simple valor higiénico. Insisto en lo de higiénico, porque si alguien debería subvencionar el mundo del humor no tendría que ser el Ministerio de Cultura sino el de Sanidad? Para Boadella, la distancia es el agente determinante para disfrutar de la mirada humorística: ?Es uno de los fundamentos primordiales de la civilización. Yo diría que un pueblo que no está civilizado es un pueblo que no tiene este sentido de la distancia, y se convierte en un colectivo fanático. Quienes practican el humor son auténticos anticuerpos de la sociedad, que intentan colocar límites al fanatismo, a cualquier actitud intolerante?. El fundador de Els Joglars sostiene que el ánimo de libertad a través del humor es, asimismo de una excelente manera de habitar la vida, ?una manera también de eludir dificultades en el estómago y en la digestión?.  El humor surrealista. En la segunda mitad del siglo XX, entretanto algunos países sufrían el totalitarismo, otros se despertaban de la pesadilla de la guerra con la inquietud de quien ya sabe, porque lo ha vivido, lo horroroso que puede ser el mundo. En mitad de las turbulencias intelectuales de la época, y como heredero de los movimientos que se apoyaban en el absurdo y el subconsciente, el surrealismo manifestó como una respuesta a esas inquietudes. Es quizá una manera intelectualizada del humor, que también tuvo su eco en España en décadas posteriores.  Fernando Aramburu, escritor que ha cultivado diversos géneros y temas, reconoce haberlo practicado con disfrute mientras su juventud, a través fundamentalmente del Grupo CLOC de Arte y Desarte, del que fuese iniciador. Sobre esa estación de militancia surrealista, desde 1978 hasta 1981, subraya que ?el humor era, más que una intención de provocar, una consecuencia. En el año 78 queríamos realizar algo que no fuesera un discurso gracioso, sino actos, una especie de sabotaje de la realidad?. Para eso cambiaban libros de unas librerías a otras, o entraban en comercios pidiendo artículos de una marca inventada y que, a ser posible, provocara malentendidos. Eso sí, explica que un acto surrealista no es una gamberrada, porque ?el gamberro rompe cosas y el surrealista las mejora, mete a la gente, a veces de forma involuntaria en una nueva realidad?. ¿Qué diferencia hay entre una gamberrada y un acto surrealista? Aramburu despeja la probable duda asegurando que, a diferencia del gamberro, que rompe cosas, el surrealista las mejora, y mete a la gente, a veces de forma indeliberada, en una nueva realidad: ?La gente contribuía, sin saberlo, a veces de forma muy activa. El humor surrealista es el del adepto, el que lo lleva a cabo?. Aramburu asegura que era un tipo de humor que buscaba desacralizar, destruir lo burgués, lo establecido... y que hoy sería más difícil de practicar, ya que que estima que ?estamos más anclados en la verdad de lo que pensamos?.  Es asimismo un tipo de humor que no está abierto a todos: ?Solo algunos lo disfrutan, los que están en el ajo?, precisa Aramburu. El humor surrealista tuvo su momento, aunque no se puede negar que muchas situaciones de desconcierto cotidiano pueden calificarse de ?surrealistas?. El humor genera risa, y el humor surrealista genera risa surrealista, ?esa que, cuando te ríes... te miran raro?. El humor en la prensa. Es difícil que alguien recurra a un periódico para descubrir algo con lo que reírse. Sin embargo, entre las malas noticias, las buenas y las anodinas, queda lugar para el humor. El que abren las columnas de opinión, al menos algunas.  Elvira Lindo, que ya atesora alguna experiencia lidiando con colectivos variopintos ofendidos por sus columnas, tiene muy diáfano cuáles son los límites entre el humor y la corrección política: ?Cada país ajusta su corrección política a sus problemas, pero sí hay que diferenciar entre corrección política y grosería?. Aparte está la susceptibilidad de cada cual. En una ocasión, Lindo caricaturizaba la vida rosa de cuento de hadas que se le supone a una princesa, y sostenía que ella no envidiaba su suerte, por, entre otros motivos, no tener que verse a la llegada de un viaje soportando estoicamente una bienvenida con gaitas y fanfarrias. Varias asociaciones de gaiteros consideraron el escrito como una ofensa y una burla de sus actividades y así se lo hicieron saber a través de sus quejas. Cuando a otra columnista habitual de la prensa española, Carmen Posadas, le preguntaron cómo realizar opinión con humor, contestó que no creía que debiera otra manera de opinar: ?La opinión es algo solemne, pero el humor busca complicidad. No soy capaz de opinar sin sentido del humor?. Cada columnista usa unos recursos distintos para lograr esa complicidad. Rosa Belmonte, que escribe sobre televisión, tiene claros los comienzos en los que cimienta sus colaboraciones: ?Cada vez son más las cosas que uno no debe decir, así que yo parto de la desfachatez y margino las cosas importantes?. Ninguna de ellas aludió a su condición femenina como rasgo influyente a la hora de considerar la actualidad, pero Elvira Lindo sí cree que el humor es más osado en el caso de las mujeres: ?Como en todo, hay una forma de juzgar a las mujeres que tiende a rebajarlas. En la peluquería, un tio es un dandi, y una mujer, una maruja. Pero no lo digo como una queja? ¡es que pasa así!?, afirmaba divertida. Rodríguez Rivero, que publica dos productos semanales sobre cultura, desvela sin complejos el medio que utiliza cuando tiene que dar cierta colleja en manera de opinión desfavorable: ?Si voy a criticar algo, primero digo que soy tonto o neurótico, uso una ironía que no llega al sarcasmo. Me he creado un chico personaje que es más cascarrabias que yo?.  Nuevamente surge la cuestión de los límites, los que dibujan la distancia entre la apreciación y el insulto. Rosa Belmonte Rodríguez Rivero coinciden en que el agravio deja de ser divertido: ?Ahora se vive una humorización de la vida, se ha diluido la percepción de que hay cosa serias que requieren diferentes tratamientos?, afirma este último. Carmen Posadas lo matizaba añadiendo que ?lo que se ha desarrollado no es el humor, sino el esperpento. Lo que ahora se llama friki antes se llamaba mamarracho, y asimismo ahora se ha exaltado, se les aclama?. Quizá por eso, Rosa Belmonte se reconocía nostálgica de otros humores: ?Prefiero los clásicos: Camba Azcona? ¿dónde están ahora??. Lo gracioso y lo desgraciado. Unas veces, se ríe por no llorar, y otras, se ríe después de llorar. No son reacciones opuestas. Elvira Lindo admitía que tanto  realizar reír como llorar tiene sus ?truquillos?, ?pero hay que tratar de no recurrir a ellos ?advertía?. Hacer reír es muy difícil y no depende solo de contar un chiste. A mí me gusta el humor que surge y dessurge, que te deja pensando. A veces, los personajes cómicos muestran un lado triste, por lo que tienen de desamparados?. Precisamente ese equilibrio entre la risa y las lágrimas es lo que reivindica Beigbeder: ?Me gusta que mis libros se vean así: como algo que hace reír, y al rato conmueve. Por eso también me gustan Sagan Chejov Turgueniev? Escribir no sirve para nada, pero hace que te diviertas, que te emociones? El humor no es solo algo divertido; me fascina lo que decía Gogol: cualquier cosa divertida, vista de cerca, tiene algo de triste?. Si realizar reír es difícil, arrancar la sonrisa en mitad de una desgracia parece ya el sumum de la genialidad. ?Todo se puede tratar con un humor, hasta lo más horroroso ?advierte Rodríguez Rivero?. La cuestión es por quién, cuándo, si eres blanco o negro, si eres tio o mujer, en qué región vives??. Rosa Belmonte hace especial hincapié en el cuándo Alan Ald , en Delitos y faltas, decía que el humor es ?tragedia más tiempo?. Hay que saber cuándo realizar la gracia de las cosas?. Quizá, el último interés de todas estas consideraciones, es el que finalmente descubría Rodríguez Rivero: ?La gente que sufre y es capaz de realizar humor de eso es ciertamente admirable. Ahí sí que es bálsamo y redención para los demás?.

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